Quiénes
somos

Mi familia perruna comenzó con Malaje, un alegre perro mestizo al que rescaté en las calles de Santa Pola, y Pucca, una bóxer que había sido encontrada en la cuneta, herida y en muy mal estado. Pucca fue la compañera de viaje más tierna, dulce y bondadosa que he podido encontrar, y aunque nos tuvo que dejar demasiado pronto, la recuerdo cada día allá donde voy.

Todavía sin superar el duelo por la marcha de Pucca, me dispuse a buscar una galguita con la que aumentar la familia, pues desde niña había soñado con convivir con uno de estos gráciles perros. Tuve que apresurarme, pues sabía bien que si no me daba prisa algún otro perro se cruzaría en mi camino y se instalaría en mi corazón. Y no es que esa posibilidad fuese desalentadora, pero no quería perder la oportunidad de que esa galga soñada formase parte de mi vida.

Entonces la vi, en una foto de la asociación de rescate y adopción de galgos Galgoleku (con quieres continúo colaborando como coordinadora de zona en Alicante). Inmediatamente descubrí que había algo de especial en aquella galga rescatada en Madrid, ¡y además se llamaba como una de mis películas favoritas! Amelie me llamó a través de aquella foto, y no tardé en ponerme en camino hacia Madrid para formalizar los trámites de la adopción.

Una de las primeras necesidades con las que me encontré al traer a Amelie a casa fue la de tener un collar adaptado a sus necesidades, un collar para galgo. Debido a la especial fisionomía de los galgos, cuyo cuello puede ser tan ancho como la cabeza, escapar de los collares normales no les resulta complicado, especialmente cuando tienen un carácter huidizo, que es algo frecuente.